Cada día soy más asociable ¿ virtud o defecto?

Hay cosas de las que uno no puede presumir.

Nadie que yo sepa presume de estar perdiendo el cabello, ni de sufrir de meteorismo ( gases intestinales) o de halitosis, ni de apestar por los sobacos ( menos algun@s ultraseparatistas de mi tierra)

 

Quizá por eso reconocer que cada día soy más asocial, que no insociable, no es un mérito, sino una realidad sin mérito alguno.

 

Lo que más me choca es que, conozco gente que, siendo más sociable que una manada de corderos presumen de ser, al igual que yo ( por desgracia) poco sociables.

 

Incluso conozco alguno que se apunta a un bombardeo, papea con gente que ni conoce y, luego presume de «poco sociable»

 

Ser asociable o, peor, insociable no es una virtud. Es algo, cómo en mi caso, fruto de la edad y los desengaños y putadas de la vida.

Nací y fui de niño, adolescente y joven muy sociable. En ocasiones creo que demasiado.

Quizá el hecho, la suerte, de haberme criado y crecido en el mundo del escultismo ( los scouts, en mi caso de los de España, no de los » otros» que había en mi tierra y cuyos hijos llenan hoy de basura amarilla las playas) ayudó que, primero cómo simple patrullero, luego con cargos mucho más «galoneados» me convirtiera en una persona muy social.

 

Tras regresar de la » mili»; más tarde unos años que  a nadie les importa y muchos hablan pero casi nadie conoce, y poco más tarde ya metido en el mundo periodístico y editorial , mi sociabilidad fue cambiando. De hecho de más a menos.

Quizá la «travesía del ecuador» fue a los 39 años en que, tras una época profesionalmente dorada , al menos para mi, y habiendo sido director de varias revistas especializadas y con muchos » amigos» ( y una mierda) que mensualmente esperaban mis valoraciones económicas para sus reportajes, una gran putada familiar me dejó en el dique seco nueve meses, intentando que un cuerpo que estaba vivo, pero cuyo cerebro ya había dejado de estar, saliera del vacío o se apagara para siempre. Como así sucedió.

Ya he contado en ocasiones que, durante aquellos nueve negros meses, mis » amigos» de la época de «dire» ni dieron señales de vida y sólo algunos amigos, o eso me creí yo, estuvieron relativamente cerca. Mis gatos siempre.

Todo acabó mal y tuve que empezar o, mejor seguir con mi vida y sacar a mi familia, la que me quedaba, adelante, cómo antes.. Y así lo hice.

Pero con el vacío que te deja , al menos ese fue mi caso, haber dejado de creer en Dios, pues ya entré para siempre en el más radical ateísmo,  poner en cuarentena la palabra amistad fue un duro y difícil golpe.

De todo aquellos ya han pasado veintitrés años y, los pocos amigos que tenía entonces, y principalmente debido al puto «procés» cainita que existe en mi tierra, han desaparecido, quedando sólo un reducido grupo de personas a las que considero amigos y con las que comparto en ocasiones cenas en el elitista Spa del Vampiro Cabreado, parido por mí, en el que nos justamos escritores, periodistas, comunity mánager, informáticos, profesores de la Universitat de Barcelona y un variopinto pero corto staff de personas que tenemos ciertas cosas en común.

Por cierto que, como hace décadas que no colecciono amistades y las cenas las pago yo de mi bolsillo, en dichas cenas-debates acuden gente de todo pelaje político menos podemitas y separatas. Quede claro.

Ya metido en los sesenta hace tres años veo que, cada vez mi asociopatía va en aumento.

Quizá sea una larga enfermedad de mi esposa; quizá sea que me siento y me gusta sentirme solo ( salvo por mis adorados gatos) ya sea por que sólo aspiro a sentirme libre y tranquilo, cada vez mi vida social la voy menguando cada vez más.

No diré que soy feliz pero sí que vivo tranquilo cuando, en un bosque cojo un palo y, con el cuchillo que siempre llevo encima hago algo tan simplón cómo hacerle punta, muescas o trabajarlo. O, si estoy debajo de mi amado Mare Nóstrum buceando, me siento libre y tranquilo viendo a los peces y notando que lo que me rodea no me cabrea ni me toca las narices.

En ocasiones lo hablo con uno de mis pocos amigos, fogeado profesor de la Universitat de Barcelona y de la Universitat Politécnica de Catalunya y me asegura que él también sigue dicho camino. Espero que no sea el caso.

Ser poco sociable o asocial, que no insociable, no es una virtud, lo he dicho sólo empezar.

En mi caso es el fruto de sesenta y tres años ( recién cumplidos) de dar y recibir bofetones y zascas de la vida y de los mamíferos de mi especie.

Cómo que amo el Mare Nóstrum y la Naturaleza y, por encima de todo a los gatos que, daría cualquier cosa por volver a ser aquel Miquel,  Miguel ( el » Montero» en otros mundillos ya olvidados) o Aracil que, hace décadas se lo pasaba formidable con sus congéneres, aunque en ocasiones la cosa acabara a hostias, que siempre es mejor acabar a puñetazos cómo hombres que criticando por la espalda cómo simples comemierdas.

Ya he hecho tarde. Se me ha » pasado el arroz»

Sólo aspiro a leer tranquilamente libros, practicar el » bushcraft» si es solo mejor, bucear en mi estimado mar interior y azul y, en pasar mis últimos años lejos de problemas, de los que he sido verdadero » buscador», según parece debido a mi carácter y mi incontinencia verbal y fobia a lamer culos..

No es cuestión de presumir de ser poco o nada sociable. No es ningún honor. Sólo el fruto maduro y tal vez algo podrido de haber vivido mucho y conocido a demasiada gente que no siempre me hubiera gustado conocer.

Por lo tanto, si alguien muy sociable me lee, que no sea tan cretino de «presumir» de asociable, que no es un mérito, al contrario, es sólo el condicionante de los años y las malas experiencias

 

Sean ustedes felices que, la vida son cuatro día y, pasamos, según dicen, una tercera parte durmiendo

www.miguelaracil.com

 

El autor

Periodista y escritor, mis pasos me han llevado a moverme por el mundo del misterio y de todo lo que tiene dos explicaciones: la ortodoxa y la heterodoxa