Cuando James Boon (007) viste la sotana

Cuando James Boon lleva sotana: Los espías, contraespías y “agentes especiales” de la Santa Sede

Si consideramos que el Vaticano es el Estado más antiguo de Europa, e incluso, a nivel organizativo, del mundo, es de suponer que, como todo estado, y más con las especiales características de éste, debe de contar, cómo mínimo, con un importante servicio de inteligencia para controlar, tanto a los movimientos o países que pueden ser considerador “opositores” o directamente hostiles, como también para controlar los posibles enemigos internos de la Iglesia Católica, y por ende, del Estado Vaticano.
Son muchos los especialista que no dudan en reconocer que, incluso comparado con el poderoso, y por encima de todo eficaz servicio secreto israelí, el MOSAD (forma abreviada de HaMossad leModi’in v’leTafkidim Meyuhadim, cuya traducción sería Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales), los servicio secretos vaticanos son los mejor preparados de todo el mundo.
Estos servicios secretos y de inteligencia vaticanos se pueden dividir en dos grandes secciones u organizaciones con características propias.
Por un lado se encuentra la ya famosa Santa Alianza, tan mencionada últimamente en novelas y películas.
Este servicio de espionaje fue creado por el papa Pío V (1566-1572), cuyo verdadero nombre era Antonio Michele Ghiselieri (1504-1572), y que, llevado a los altares, fue en su momento Comisario General de la Inquisición Romana.
De este dominico, cuenta el doctor Carlo Castiglioni, una de las máximas autoridades en biografías papales, que,
Aún siendo pontífice, jamás abandonó el tosco sayal dominico, y dormía, en un jergón de paja, despertándose siempre a primeras horas de la madrugada.
Obsesionado por cualquier tipo de herejía o heterodoxia, Pío V, el mismo que promocionó la campaña bélica que terminaría con la famosa batalla de Lepanto y que convirtió los actos de fe (ejecuciones sumarísimas, públicas y crueles) en “verdaderas solemnidades a las que debían acudir toda la corte pontificia” (Historia de los Papas, Saba-Castiglioni) fue el que organizó el primer servicio “oficial” de espionaje pontificio.
En sus principio la función primordial de este grupo vaticano era luchar contra el cada vez más poderoso protestantismo liderado por la correosa y belicosa reina inglesa Isabel I.
Se da la circunstancia que el nombre con que se le conoce, Santa Alianza, le fue dado por el mismísimo pontífice dominico, en honor a la alianza secreta que se había firmado entre el Vaticano y la reina católica de Escocia, trágicamente ejecutada, María de Estuardo.
Los primeros movimientos y misiones de las que se tiene constancia fueron, casi siempre, de simple búsqueda de información secreta en las cortes que pudieran ser hostiles a la Iglesia católica debido a sus simpatías protestantes. Principalmente la inglesa, que se había declarado presbiteriana el año 1560.
La información que los primeros agentes mandaban al Papa lo hacían, principalmente, por mediación de las cortes católicas europeas, principalmente España.
También se puso cómo misión principal de los agentes pontificios la ayuda incondicional a la reina escocesa María Estuardo para intentar restaurar el catolicismo en Inglaterra y que el reino de Escocia no cayera en manos del protestantismo.
De aquella primera época sabemos que el amante y secretario personal de la reina de Escocia (María), que además era famoso en diversos lugares por sus dotes musicales, el atractivo y atrevido David Rizzio, era realmente un sacerdote genovés, adscrito desde un principio como agente a la Santa Alianza.
Este sacerdote tenía encomendada cómo misión espiar para el Vaticano desde el interior de la corte escocesa. Descubierto, quizá por un chivatazo, cayó bajo las dagas de unos nobles de la corte.
Pero sería otro personaje, el bolonés Ugo Boncompagni quién organizaría la Santa Alianza como una verdadera organización de choque perfectamente estructurada.
Este hombre, que llegó al trono de San Pedro con el nombre de Gregorio XIII (1572-1585) y que antes que religioso había sido un brillante profesor de jurisprudencia en la Universidad de Bolonia, se puso en contacto con las autoridades jesuitas para organizar un cuerpo de élite, formado prácticamente en su totalidad por miembros de dicha orden, los cuales tenían cómo principal objetivo, no ya sólo conocer los secretos del enemigo religioso, sino asesinar a la reina inglesa Isabel, verdadera obsesión papal durante muchos años.
Con el papa Gregorio XIII se va perfilando la perfecta organización secreta vaticana, pero en este caso más como pequeños grupos de “comandos” casi autónomos, que como un perfecto engranaje, jerarquizado y con métodos propios, al estilo del espionaje moderno.
Debemos esperar al papado de Sixto V, a finales del siglo XVI, para encontrarnos con una poderosa y súper-estructurada máquina de espionaje, sólo superada por aquel entonces por la de la Serenísima República de Venecia, y muy superior a la española y turca.
Las intervenciones de la Santa Alianza en acontecimientos políticos trascendentes a nivel internacional no se pueden enumerar (sería imposible), pero sí se puede casi asegurar que ha estado presente en una gran parte de ellos, tomando partido, cómo es lógico, siempre a favor de los intereses, tanto políticos, religiosos o materiales de la Iglesia Católica.
Una de sus primeras y más sonadas operaciones, repetidamente negada por el Vaticano, fue posiblemente el asesinato del rey francés Enrique IV el 14 de mayo de 1610 por el supuesto “fanático” católico François Ravaillac, muy probablemente miembro de la Santa Alianza o bien un sicario contratado por ellos.
Mucho más cerca en el tiempo tenemos el famoso “Pasillo Vaticano” que permitió a un gran número de jerarcas y mandos nazis, tanto alemanes y austriacos cómo de otras nacionalidades, principalmente croatas, escapar de la justicia de los Aliados, y encontrar refugio en otros países, España entre ellos.
Entre los casos más escandalosos de colaboración entre agentes de la Santa Alianza y los líderes pronazis, destaca el tenebroso Colegio de San Girolamo degli Illirici, muy frecuentado por sacerdotes “ultras”croatas, y desde dónde se facilitó papeles para poder escapar a un buen número de ustachis (miembros de la Ustacha, partido filonazi croata) allí refugiados.
Pero todo buen servicio secreto de espionaje que se precie, debe de tener, para mayor seguridad, un servicio de contraespionaje. Aunque públicamente no lo reconozca.
El de la Iglesia Católica, y por lo tanto directamente bajo las órdenes del Vaticano, recibe el nombre de Sodalitium Pianum (Asociación, o Liga, de Pío V), más conocido (y temido en ocasiones) entre los miembros de la Iglesia (y otros grupos y servicios de espionaje) por sus siglas S.P.
Aunque la idea del contraespionaje ha existido en todos los estados y países desde la más remota antigüedad, el servicio de contraespionaje vaticano como organización perfectamente estructurada y relativamente desligada de la Santa Alianza se remonta sólo a principios del siglo XX, cuando el papa Pío X (1903-1914), cuyo verdadero nombre era Giuseppe Melciore Sarto, de origen humilde, y, según se dice de carácter alegre y jocoso, decidió que era necesario crear un servicio de espionaje que operara dentro del mismísimo Vaticano.
Dicha decisión se tomó debido a que algunos sucesos un tanto oscuros parecían indicar que en el interior del mismísimo corazón de la Iglesia existían espías ajenos a ella o peligrosos para el tradicionalismo católico. Para tal labor, Pío X ordenó la creación de un grupo especial al poderoso cardenal español y secretario del Estado Vaticano Rafael Ferry del Val.
El español buscó a alguien que pudiera organizar de una forma perfecta, aunque críptica, una red de información de contraespionaje que controlara los más mínimos movimientos, religioso o políticos que pudieran afectar desde dentro, el perfecto y conservador funcionamiento de la Iglesia.
Para ello se escogió al hermético pero todopoderoso monseñor Humberto Benigni (1862-1934), quien, en un tiempo récord, consiguió formar una de las redes de contraespionaje más perfectas y ocultas de todo el mundo.
Se llegó a asegurar que nada ocurría fuera o dentro de la Santa Sede que Benigni no conociera y analizara y, si era necesario, actuaría para reprimir cualquier obstáculo que afectara los intereses vaticanos.
Benigni fue escogido, sin ningún tipo de dudas, por ser uno de los más fervientes, cuando no fanáticos, defensores del tradicionalismo dentro de la Iglesia.
La principal misión del S.P. ha sido desde su creación la vigilancia y control de aquellos religiosos que defendiesen ideas o tesis liberales, o bien intentaran modernizar la Iglesia.
Cómo asegura en uno de sus trabajos el especialista peruano Eric Frattini “también se dedicaban a la caza y captura de los religiosos que residían en el Vaticano y que pasaban información delicada a servicios de inteligencia de potencias extranjeras”.
El detalle más nimio que ocurría en el interior de los muros vaticanos, debía ser conocido, y si era necesario analizado, por los agentes, perfectamente estructurados y que tan siquiera eran (ni son) conocidos por la mayor parte de las autoridades religiosas.
Estos servicios secretos, tanto la Santa Alianza como el S.P., tenían y siguen teniendo agentes en la mayoría de países de todo el mundo, siendo algunos de ellos identificados por los países espiados y, en alguna ocasión, condenados. Ejemplo de ello fue el célebre caso del espía de la Santa Alianza Walter M. Ciscek, que operó durante muchos años en la extinta URSS hasta ser descubierto por los servicios secretos soviéticos, la tristemente famosa KGB, que lo condenó a pasar el resto de su existencia en uno de los tétricos y gélidos gulags comunistas.
Tras 23 años de condena y trabajos, pudo recobrar la libertad gracias al papa Pablo VI.
Este sacerdote-espía fue entrenado, como tantos otros, en lo que muchos consideran la academia de espías vaticana, conocida cómo Russicum.
Los agentes, todos ellos sacerdotes, que allí ingresaban en tiempos de la llamada Guerra Fría, eran formados en perdidos monasterios con técnicas y adiestramientos para endurecerlos muy similares a las que utilizan los estados más poderosos con sus grupos de agentes de operaciones especiales, incluyendo cursos de paracaidismo, para ser arrojados cuando fuera necesario en territorio “enemigo”.
Muchos de ellos fueron arrojados en paracaídas en países de la Europa del Este, siendo una gran parte, aunque se desconoce “oficialmente” el número, apresados o ejecutados por las autoridades comunistas.
Mucho menos conocido es que, a finales del siglo XX, concretamente en marzo de 1999, el Vaticano, ante la grave situación política que vive el mundo (y posiblemente por algún tipo de desconfianza interna)encarga al comandante de la Guardia Suiza Pius Segmüller la organización de una unidad especial de servicios secretos a la que denominan Comité de Seguridad. Este nuevo servicio secreto actuará totalmente fuera del área de influencia tanto de la Santa Alianza, como de la S.P., y estará bajo la dirección absoluta del poderoso monseñor Giovanni Danzi, en aquel momento secretario general de la Gobernación vaticana.
Sobre las actividades de estos espías apenas se sabe nada, ya que el secretismo es total y las misiones pretéritas están archivadas en el llamado “Archivo Secreto” al que tan siquiera la mayoría de autoridades religiosas tienen acceso.
Los servicios secretos vaticanos tienen, cómo siempre se ha dicho, la ventaja de ser los más numerosos del mundo, ya que, cualquier sacerdote, no importa dónde se encuentre, puede ser obligado a ofrecer la información requerida por sus superiores eclesiásticos.
Aunque al hablar de “espías” la gente piensa en fornidos y duros agentes de la CIA, el MOSAD o la extinta KGB, la verdad es que el estado supuestamente más espiritual y pacífico del mundo, tiene los mejores agentes de espionaje y contraespionaje del planeta y que son la envidia, cuándo no los colaboradores o informadores preferidos de otros departamentos de inteligencia y espionaje, de terceros países.

RECUADRO
Aunque “oficialmente” la Santa Alianza fue el primer servicio de espionaje del Vaticano, durante el llamado Cisma de Occidente (1378-1417), en que papas y antipapas se acusaban o atacaban mutuamente, ya funcionó un sistemático espionaje bien organizado entre ambas facciones, siendo los antipapas, desde Clemente VII (1378-1394) hasta Juan XXIII (1410-1415), pasando por Benedicto XIII y Alejandro V, constantemente vigilados y espiados muy de cerca por agentes secretos de Roma.

RECUADRO
Durante los años que duró la II Guerra Mundial, e incluso los anteriores a 1939, el Vaticano mantuvo una división de espionaje dedicada solamente a los asuntos alemanes. Este grupo o división “especial” recibió el nombre de Teutónicum.

RECUADRO
Pese al paso de los siglos, la Santa Alianza sigue rigiéndose por los mismos cuatro principios y pilares que tuvo al fundarse en el siglo XVI: Defensa de la Fe; Defensa de la religión católica; Defensa incondicional, sin importar el precio, de los intereses del Estado Vaticano y, finalmente, Suma y total obediencia al Papa.

RECUADRO
Uno de los casos más sonados del moderno contraespionaje vaticano tuvo como protagonista al sacerdote-espía originario de Estonia Alessandro Kurtna, que llegó a obtener permiso para consultar una parte de los Archivos Vaticanos. Su condición de religioso-espía se descubrió gracias a que el entonces sustituto de la Secretaría de Estado con Pío XII, y futuro pontífice Pablo VI, Giovanni Battista Montini, tenía también sus agentes vigilando al religioso del Este europeo.
Miguel G. Aracil

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El autor

Periodista y escritor, mis pasos me han llevado a moverme por el mundo del misterio y de todo lo que tiene dos explicaciones: la ortodoxa y la heterodoxa