La otra noche estábamos mi gato Vlad ( el otro, Puma, dormía) y yo tan ricamente sentados en mi despacho viendo la película “En Tierra Hostil”, que ya me sé de memoria, pues me gusta mucho lo militar. Encima, cómo soy muy canalla y políticamente incorrecto, me agrada que los “sarracenos” sean los malos de la “peli”; aunque, en dicho conflicto, a los yanquis se les habrían de dar el “número uno” en cuanto a manipulación, maldad y cabronería internacional, con una mención especial a Bush
Escuché que entraba un email y, al abrirlo, sólo terminado el castrense film, pude ver que, este año había ganado en Premio Planeta la autora manchega Alicia Jiménez Bartlett.
Aunque no la conozco personalmente, me alegré por ella, ya que, sus obras, sean de la borde (no es corporativismo, conste) inspectora Petra Delicado y su ayudante Fermín, o de otros temas, incluida la para mi un tanto “politizada” obra sobre “La Pastora” ( un personaje real y bisexual que actuó en el maquis español) son de las novelas preferidas por mi esposa y también por mí, entre las escritas por novelistas españoles.
Aunque muy por detrás de las de Arturo Pérez Reverte y Juan Eslava Galán
Pero, llegados a este punto, debo confesar, y lo he dicho muchas veces en diversos medios (a los que cada vez acudo menos, pues me aburro de escucharme a mí mismo) que no creo en los premios literarios. Al igual que tampoco en los de belleza o de moda, por poner algunos ejemplos.
En mi dilatada vida profesional he sido jurado de pequeños premios en algunas ocasiones.
Y, quizá por dichas experiencias, y, tal vez por que no me chupo el dedo desde que tenía un año, soy muy escéptico en cuanto a premios de esta índole.
Lo que no quiere decir en absoluto que, muchos sean merecidos ¡¡¡sin duda!!! aunque, siempre lo he visto algo muy subjetivo (cuándo no, en algunas ocasiones, “pactado” o “interesado”)
Voy a poner dos ejemplos en primera persona.
La primera vez fue en abril del año 1986. Lo recuerdo exactamente pues tengo el “premio” justo a mi lado (lo tenía en la estantería de “trofeos” y lo acabo de bajar para confirmar la fecha).
Por aquel entonces yo ocupaba el cargo de coordinador de redacción de la pionera revista de misterios y enigmas Karma 7. Aquel año se daba el premio a los mejores “reportajes” del año anterior. Y, así mismo, a los mejores colaboradores.
Para ello se hizo durante varios meses una encuesta entre los lectores, los cuales debían rellenar y mandar (pagando ellos el franqueo, que “ la pela es la pela”) un impreso que iba en el interior de las revistas, con sus preferencias (temas y autores) a la redacción; por aquel entonces frente al Palau de la Música.
Llegado a este punto prometo que hoy no hablaré de Millet o de Convergencia. ¡¡¡ara no toca!!!
Los resultados de aquella encuesta daban cómo primer ganador al impecable periodista y mejor escritor Marius Lleget Colomer, redactor por entonces de dicha revista.
Una tarde, fisgoneando por la redacción antes de marchar, encontré que, y lo prometo por mi honor, el director de dicha cabecera y su íntima amiga y secretaria de redacción estaban llenando cómo locos cuestionarios-encuestas en blanco, para él poder autoproclamarse “ganador”.
Los premios que se entregaban eran dos: Al mejor reportaje de campo, y el Premio Club de Amigos de Karma 7, consistentes en unas medallas (tengo junto a mí la mía) y un lote de libros…saldados…pero ni una peseta. Alguno dirá que, lo importante era concursar…Visto así…
Se armó la de San Quintín ante la trampa descubierta y, el editor en persona tuvo que intervenir para poner paz. Se reunió el jurado (consejo de redacción y editor) y, finalmente, y tras descartar los votos falsos ( una tercera parte) del señor director, se otorgaron los premios a Marius Lleget, ya mencionado, y a quien esto escribe ( reportajes e investigación de campo) .
La entrega de premios se hizo un 18 de abril de 1986 en una gran cena (de pago, faltaría más, menudos eran aquella gente) en los salones Comedia de Barcelona. Se le entregó uno de simbólico pero merecido a Josep Mir Rocafort, “Fasman”, por su dilatada carrera cómo mentalista e hipnólogo.
Todavía guardo el premio (los libros saldados me los vendí) y algunas fotos, recibiéndolos de mano del “legal” director que intentaba sonreír a su pesar.
Siempre pensé que, si no llegamos a “enchampar” al susodicho, aquel premio se lo hubiera autoentregado él a sí mismo.
Ya sé que este es un caso excepcional, pero, me hacía gracia contarlo.
Ahora uno que es más clásico. Sucedió hará unos 25 años.
Por aquel entonces yo era director de una revista especializada. En un consejo de redacción se decidió crear un premio que llevara el nombre de dicha editorial .
He de decir que, dicha editorial o más concretamente su propietario estaba, a su manera, vinculada con una poderosa empresa del ramo de los automóviles y motos, propiedad de tres socios. Uno de ellos (que poco o nada tenía que ver con el grupo editorial a nivel directo) era un conocido político y diputado.
Recuerdo cómo si fuera hoy mismo que nos reunimos el consejo de redacción en mi despacho.
Lo formábamos el editor y su ego (siempre iban juntos), su exuberante “socia” y más tarde cantante, unos treinta años más joven que él…el director de arte ( medio idiota por cierto, pero muy barato, por eso lo tenían), el coordinador de redacción, al que llamábamos el “ lameculos” ya que, día sí, día también le reía las gracias al editor ( por aquellos tiempos era bastante gracioso, todo hay que reconocerlo) y quién esto escribe. Se añadió el escritor, colaborador de la revista y amigo mío Lluis Utset que pasaba “ casualmente” y de paso se llevaba varios ejemplares de la revista.
Empezó el debate para escoger la mejor obra ( libro o reportaje), para ser ganadora del premio que llevaba el nombre de la editorial.
Si digo que el editor se quería “autoseleccionar” una obra propia parecerá que es una broma, pero, quienes conocen o conocieron a dicho señor saben que no lo es.
Dicho señor “había escrito” (seamos generosos) un libro ( carísimo por cierto) con pseudónimo y, se quiso “obsequiar” a sí mismo con el premio¡¡¡para eso era el editor!!!
Finalmente, y tras mucho debate y cabreo (yo era quién más gritaba indignado, mientras miraba el generoso escote de la “socia”) se le dio a Carlos L. ya que, era un autor que no cobraba por sus colaboraciones, lo cual era muy bien visto y recibido por el editor.
Llegados aquí abriremos un paréntesis y diremos que, actualmente son muchos los que escriben sin cobrar, dando por saco a los profesionales que ven ( vemos) una competencia desleal en esa gente.
Aquello me puso de muy mala leche y, estuve a punto de no acudir a la entrega de premios que se celebró en un restaurante-asador de la calle Muntaner de Barcelona, que tenía nombre de ciudad amurallada de Castilla.
Al año siguiente ni tan siquiera participé en el “circo” editorial que iba a conceder el premio, ya que, sabía de antemano iba a ser, si se daba, para un autor, “novel” a sus setenta años que, había pagado la edición del libro de su propio bolsillo, para goce y disfrute del editor.
Aquellas dos experiencias fueron malas para mí.
No diré traumáticas, pero sí lo suficientemente malas cómo para ser muy escéptico con algunos ¡¡¡no todos!!! premios editoriales. No con todos, lo repito, quede claro, pero sí con muchos.
Y, cómo hoy estoy espiritual, no hablaré de algunos escritos por “negros”, que, en dicha caso ardería Troya.
Lo soy con el tema editorial, pero también con otros cómo las “misses”.
Quizá este tema sea un “trauma de adolescencia”, vaya usted a saber. Contaré la razón de ello
Cristina era una chica bastante “mona”, rubia, alta (demasiado para mi gusto) y delgada (a mí siempre me han gustado con “carne” prietas y bien puesta) . Una chica que, solamente estaba “bien de tipo” y no era fea.
Vecina mía del barrio del Poble Sec (cómo Joan Manuel Serrat) era hija de un empleado de la Catalana de Gas y Electricidad, al igual que mi padre, y de aquí que nos conociéramos bastante.
Se hizo modelo, pese al disgusto del padre, y la ilusión de la madre. Y, allí empezó una carrera bastante fulgurante.
Ganó bastantes dinero, se compró su SEAT 600 y poco después un 850, y, al poco la hacían “miss” de no sé qué.
Desconozco qué valoraban para dicho título de belleza pero, tengo claro todavía hoy que, sin duda habían muchas chavalas más guapas y bien hechas que aquella muchacha a la que de pequeño llamábamos en el barrio “Rocinante”.
Con esa mala leche que se tiene de adolescente (y que yo todavía llevo enganchada en algún lugar), los chavales del barrio, que la conocíamos desde criajos, comentábamos que, aquel premio debía ir ligado algún deporte, en este caso el “salto de cama en cama”, o bien, a dominar a la perfección algún idioma extranjero, en su caso muy posiblemente el francés…
Cierro el tema dejando claro que, no tengo dudas que muchos premios editoriales, y otros de “belleza” o “elegancia” deben de ser merecidos, pero, cómo de forma empírica no se puede demostrar su valía ni medir en un laboratorio, yo sigo siendo muy escéptico, cuando no, en algunos casos, mal pensado.