Navidades: Fiesta, alegría e hipocresía.
Dicen las buenas gentes que las Navidades alegran el alma. Posiblemente sea que cómo yo no tengo alma, no se me alegra nada.
Recuerdo la infantil alegría que las navidades despertaban en mí hasta los seis años.
Ese año, tras el júbilo que en aquel niño aplicado habían despertado los muchos juguetes que los Reyes Magos me habían traído por ser muy bueno (¡¡collons, cómo he cambiado!), vino una nube oscura a enturbiar las felices fiestas, que ya no serían jamás las mismas.
La persona que dormía en mi cuarto, y a la que más quería en el mundo, no despertó esa noche. Ni esa noche ni nunca. Al día siguiente me dijeron que se había ido al cielo. Y yo me lo creí…
Aunque no dejaba de pensar que había sido una gran putada ( en aquel entonces ni decía ni escribía “palabrotas”) que aquella persona a la que adoraba y con la que compartí mis primeros seis años de vida, se hubiera ido para siempre sin despedirse de mí. Sin darme siquiera un beso y unas “bona nit, nen”. No creo que sea necesaria la traducción (tan siquiera para Jiménez los Santos…)
Pese aquel supuesto viaje celestial que jamás comprendí, las Navidades, aunque menos alegres pues faltaba en casa alguien muy importante, siguieron siendo felices para mí.
Poco a poco, y cuando la vida, los “favores”, las experiencias, y los avatares de ésta te van sodomizando ( simbólicamente hablando que conste, que uno es virgen por retaguardia) y tus ideas religiosas cambian totalmente, la felicidad que me inspiraban las navidades fueron menguando más que el poder adquisitivo de un pensionista en España ( Estado Español para los más “comprometidos”, que así se llaman ahora algunos )
Cuando cumplí los cuarenta, y tras mirar hacia el pasado, pude ver que, ya nadie de aquellos que fueron mi familia, mi mundo, mi todo, estaban junto a mí. Todos habían hecho el “viaje” ese del que jamás se regresa.
Me quedaban mi esposa y mi hija ( y mis gatos, siempre mis gatos, mis mejores amigos) pero era todo ¡tan diferente!.
Agnóstico y bien documentado sabía ya que, aquel 24 de diciembre no había nacido Jesús de Nazaret, sino que era la fecha de la celebración sincretizada del Sol Invictus y del solsticio de invierno. Además que Jesús de Nazaret, con todos mis sinceros respetos, hubiera nacido ese día o no (que no lo hizo, fue en primavera y varios años antes de lo que se dice) me importaba tres esmeriles. O sea nada.
Los Reyes Magos, y conste que uno siempre ha sido monárquico ( sí, soy muy anticuado, qué le vamos hacer) no me traían nada a menos que mi esposa, hija o yo mismo sacara antes una “varita mágica” que se llama Visa o Máster Card. O el “mardito parné” .
Ya no me hacía ilusión hacer el Belén o Pesebre, pues mi hija se había hecho mayor. Eso de no hacer el Belén o Pesebre fue un duro golpe, principalmente para mis gatos, que jugaban día sí día también a crear terremotos en él. Y de esta manera mandar al carajo las figuritas. “Caganer” incluido.
Ahora, a mis 54 tacos sólo tengo ganas que pasen las fiestas. No me gustan.
Sirven para que coma más de lo normal (y conste que Gargantúa a mi lado es un “lame hilos”), beba algo de alcohol (muy poco pues soy poco de castigarme el hígado). Y hacernos regalos entre mi escasa familia, Gatos incluidos, claro está.
Hace algunos años pensaba ¡¡qué raro soy!! Pero año tras año veo que los “raros navideños” somos legión. Como las romanas o nuestros antaño aguerridos tercios con “chapiri”, ahora metidos, para gusto de algunos, a ONG.
Hablo con conocidos, saludados, amistades y algún amigo (ver anteriores entregas del blog sobre el tema) y cuando ven mi sincera opinión sobre “mis” navidades, se confiesan, sinceran, y algunos, quizá muchos, dicen frases parecidas. Que me permito reproducir sin citar fuentes, ¡faltaría más!!
¡qué ganas tengo que pasen las navidades!!
¡¡No soporto estas fiestas!!
¡¡Cómo me jode el día de Navidad comer con mis suegros!!
¡¡Sólo pensar que tendré que ver a mi cuñada ya me da por c….!!
¡¡Estaremos toda la familia justas, casi veinte…vaya mierda!!
¡¡Con lo “canino” que estoy, debo de hacer varios regalos y voy a dejar vacía la tarjeta de crédito!!
¡¡Me voy a poner hecha una vaca, qué ganas tengo de estar a 7 de enero!!
Y no sigo, que no estoy para derroches literarios (será la crisis)
Estos comentarios que años tras año escucho me ayudan a pensar que, no soy una criatura criptozoológica, si no que, somos muchos los que vemos en las fiestas navideñas unas jornadas de consumo (me parece perfecto, conste en acta) así como, unos días para castigar un poco más hígado y estómago, que después en enero ya haremos dieta.
De todos modos esperaré el día de Navidad, pues este año será la primera Noche Buena que mi esposa y yo pasamos solos, para ver qué ha traído el bueno, obeso y colorado de Papa Noel ( Made in CocaCola, para quién no lo sepa), o varios días después mis antaño queridos Reyes Magos.
Por cierto, lo siento queridos Reyes Magos, este año, y como ya hace bastante tiempo, no os dejo nada en el balcón ni para vosotros ni para vuestros camellos.
No, no estoy enfadado, pero es que hace tiempo que de noche por los terrados y fachadas (¿será Spiderman?) donde habito, corren otros “reyes”, en este caso de Rumanía, que se llevan todo lo que encuentran, y que parecen ser muy queridos de según quién, pues por mucho que se les denuncie no pasa nada.
Bueno, mis mejores deseos para quien se lo merezca. Y carbón y “copro” para idem de idem.
Y de todo corazón, que se le atragante la langosta cantábrica, el caviar iraní, o los cangrejos del Volga a Félix Millet y a todos aquellos que están dejando nuestro pobre país más pobre cada día.
Bon Nadal,
Feliz Navidad