La novela de mi vida. Entrevista en la revista Culturama ( el Aracil más íntimo)

Cuando uno ve en el horizonte que los 60 están a pocos años de superar los 50, se plantea por qué razón se dedicó al castigado (a nivel de España) mundo de la literatura.

Dejando de lado el periodismo, que es mi profesión desde hace 35 años, el escribir libros a nivel profesional, no como simple afición (o egolatría en algunos casos), siempre tiene un origen. El mío quizá sean las primeras novelas que leí siendo un niño.

De los 4 a los 6 años mis únicas pero abundantes lecturas eran las aventuras de Tom y Jerry, muy populares a finales de los 50 y principios de los 60 del pasado siglo.

Tuve la suerte de que mi abuelo materno, desde que cumplí los cuatro años y aprendí a leer, me comprara cada quince días una novela de Julio Verne o Emilio Salgari, para “cuando fuera mayor”. Una triste y fría noche de enero me levantaron de la cama para decirme que mi estimado abuelo, con el que compartía habitación, “se había ido al cielo” (con la misma edad que tengo yo ahora). Como no sé de nadie que haya vuelto del “cielo”, sentí que algo en mi vida iba a cambiar con sólo seis años.

Quizá fuera por eso que con esa tierna edad cambié por unas semanas mis libros ilustrados sobre gatos (a los que adoro por encima de todo) peleones pero un tanto inocentones que perseguían a ratones “bacilas” y provocadores, por uno de los libros que mi abuelo me había ido guardando cada quincena durante dos años.

Miré —lo recuerdo pese a la amarga lejanía en el tiempo— las portadas, con doble cubierta, de aquellos libros, editados por Editorial Molino, y escogí uno que, por su ilustración frontal, en el que se veía a un par de “aventureros” descendiendo por una cima con estalactitas y que consiguió llenar mi entristecida mente de mil aventuras posibles. El título de aquella novela de Verne era Viaje al Centro de la Tierra.

La leía por las noches antes de dormir, tras rezar mis tres Padrenuestro y dos AveMarías (quién iba a decir que de mayor sería un ateo convencido) y con mi gato Bambi en el regazo. Aquello era más que una novela para mí. Era un maravilloso viaje al mundo de la aventura y el misterio. Me imaginaba que el iracundo profesor Linderbrock, famoso por su mal carácter (quizás se me pegó a mí con los años, según dicen), podía ser mi desaparecido abuelo y su sobrino, Axel, lógicamente sería yo cuando fuera “más mayor”.

Tardé más de un mes y medio en acabar aquella primera novela que me impactó de una manera ¿psicopatológica?…Vaya usted a saber. Lo que sí recuerdo es que al terminar de leerla les dije a mis queridos padres una frase que repetiría doce años más tarde cuando mis progenitores me negaron el permiso para cursar la carrera militar: «Cuando sea mayor —creo que utilicé la palabra “ grande”— viajaré por todo el mundo y escribiré libros…». Recuerdo la respuesta de mi estimada madre: «Ay, hijo mío, con esa fantasía tuya no me extrañaría».

A mis 58 años he recorrido como reportero y escritor una gran cantidad de países de cuatro continentes, he viajado por desiertos y junglas y he buceado en mares lejanos, pero lo que sin duda ya jamás podré hacer es bajar en rappel por la chimenea de un volcán de Islandia buscando el centro de la Tierra.

Aunque quizá no importe, pues con sólo seis años y mi mente embargada por la tristeza, ya bajé al volcánSnæfellsjökull (puñetero y difícil nombre que no recordaba y he tenido que buscar en Google…), que en la novela de Verne era la puerta a tan maravillosa aventura, para explorar los mil misterios que se ocultaban en el jamás hollado centro de nuestro maltratado planeta.

En definitiva, no tengo apenas dudas de que el “culpable” de mi vocación literaria y mi casi patológica afición por la aventura y los viajes extremos fue aquel libro que para mí fue algo más que una “simple novela” escrita por el autor francés en 1864. Fue, ante todo, el germen de una vida dedicada casi por completo en las últimas tres décadas a escribir libros que, con sus misterios, aventuras y enigmas (pero reales, en mi caso) me convirtieran en un nuevo profesor Linderbrock que, solo o acompañado, intenta buscar el centro de la Tierra. O, tal vez, el centro y origen de mi personalidad, pero mimetizado con cien aventuras que han dominado la vida de este escritor ya maduro que ha hecho de los libros su vida.

*Miguel G. Aracil (Barcelona, 1955) es un periodista y escritor español. Afectado de una grave pero dulce “travelpatía” (necesidad obsesiva de viajar) ha recorrido un buen número de países de Europa, África, Iberoamérica y Asia. A lo largo de varias décadas ha escrito medio centenar de libros, entre los que destacanMisterios de Egipto y Guía del camino de Santiago. Su última obra es El misterio de las catedrales catalanas

El autor

Periodista y escritor, mis pasos me han llevado a moverme por el mundo del misterio y de todo lo que tiene dos explicaciones: la ortodoxa y la heterodoxa