Niños jugando en la calle ¿alegría o miseria?

Dicen que, para gustos los colores o bien que, todas las opiniones son respetables. Vaya usted a saber, que diría cierto “pichafría” con alto cargo gubernamental.

 

Esta tarde he tenido que atravesar tres barrios de Barcelona, la Barcelona actual, tan distinta a la de hace décadas que me he sentido cómo Willi Fox…

 

Lo peor es que uno de esos barrios fue el mío y el de mi familia, al menos desde la década de 1870. Si, hace siglo y medio largo.

 

Como tantas otras veces, mi mente ha viajada al pasado. A un pasado cada vez más lejano en el tiempo pero más cercano a mis sentimientos.

 

Pero vamos a empezar hablando de un tiempo ya lejano pero hermoso y cálido para mí.

 

Nacido en la década de 1950 fui uno de esos “chavales raros” que, proveniente por parte materna de una familia ranciamente burguesa, pasó a convertirse a la fuerza (por culpa del único Aracil que por desgracia murió de viejo) en una familia obrera, o mejor trabajadora, ya que la palabra obrera tiene para mí connotaciones políticas.

 

Trabajando desde finalizar la reválida (tan de moda actualmente) del bachiller elemental y preparado para el siguiente paso, el bachiller superior y “ tal vez” la carrera militar si había suerte (cómo cambió todo y qué lejos estaba aquello de “Formar e informar” que acabaría siendo mi profesión) me puse a trabajar, con quince años, para poder seguir pagando los estudios y, de paso ayudar a mis difuntos y siempre añorados padres.

 

Empecé a trabajar de ayudante de “despachante de aduanas” y con jornada intensiva, lo que se suponía me beneficiaba a la hora de asistir a las aulas por las tardes y noches.

 

La agencia de aduanas import-export en la que trabajaba era propiedad de un clan formado por el hijo de un general franquista y exdivisionario ( División Azul), su esposa, una alemana de nombre Bárbara , frau Bárbara y una socia de la tudesca y también germana, de nombre Mónika, frau Mónika.

 

Bárbara era el doble del magnífico actor de origen servio Karl Málden; nariz de patata, y ojos azules, pero fríos, acerados, de mala leche, más dignos de los eslavos que los germanos. Mónica, algo más joven, sobre los veintitantos años, rubia, con ojos azules, una figura que producía ruptura en los botones de muchas braguetas, era una de las mujeres más guapas que he conocid.Y he conocido (bíblica o socialmente hablando, que no es lo mismo) a muchas en mi ya larga vida.

 

Si fuera verdad que por “malos pensamientos” y más si son lascivos vas al infierno, reconozco que, aunque soy ateo convencido, yo tendría en el averno varios campos de fútbol reservados para mí solo.

 

Ambas tudescas (alemanas) eran hijas de sendos excoroneles de las SS. De los muchos putos nazis que vinieron a vivir a España tras finalizar la II Guerra Mundial.

Muchos de ellos a una conocida población costera a la cual hasta pusieron coletilla peyorativa durante muchas décadas.

 

Los únicos españoles que allí trabajábamos éramos los chavales que, por poco dinero currábamos a las órdenes de las frau, y un hombre maduro de apellido Borrell, suegro de la atractiva Mónika casada con un catalán.

Recuerdo que siempre se dijo que su marido, Pep Borrell junior, se pasaba los días y noches de putas en “casas caras”.

Por aquellos tiempos yo no podía comprender que, teniendo un “entrecotte” en casa, nadie saliera a comerse, y encima pagando, una simple hamburguesa en casa ajena. Pero cada uno es muy dueño de lo más más íntimo que tiene por debajo de la cintura.

 

Bárbara y Mónika, a las que debíamos tratar de “usted”, nos miraban con verdaderos ojos de asco y superioridad racial. La puñetera cruz gamada la llevaban muy grabada en su interior y, supongo, nos veían con ojos muy nacionalsocialistas.

 

Debo reconocer que conmigo tenían ciertos detalles. Quizá por ser, por aquel entonces muy rubio y tener (todavía los conservo, aunque ahora con gafas) los ojos profundamente azules.

 

Sus despreciables ideas raciales quizá me otorgaban cierto “perdón” ante sus repugnante miradas, y más si me comparaban con los otros compañeros españoles que allí trabajaban, con un aspecto ibérico que tiraba de espaldas, pues todos eran bajitos y bastante morenos.

 

Queda claro que para mí vale mil veces más el íbero bajito que el germánico grandote y cabeza cuadrada.

 

Recuerdo que en ocasiones venían los padres de ambas frau, vecinos de una población del Maresma, y con un aspecto que, no hacía falta que llevaran la macabra calavera para imaginarlos marcar el “paso de la oca” y cantar el SS Marschiert in Feindesland ( himno de las SS)

 

Con Bárbara apenas hablábamos, ya que era casi inaccesible, Mónika, pese a sus miradas de desprecio era más accesible, principalmente conmigo.

Y en su “peculiar” castellano me había dicho mil veces que, una de las cosas que reflejan la pobreza, miseria y el tercermundismo de un país (o sea España) era ver a los niños jugando por las calles.

Yo la miraba con fijeza y ella me decía: ¿qué miras?, ¿no te gusta lo que digo?

Si hubiera adivinado lo que miraba y lo que mi juvenil imaginación pensaba, seguro que se hubiera envuelto avergonzada con alguna cortina de la oficina y hubiera llamado a su bastardo y “ario” padre para preguntar si quedaban plazas en los campos de exterminio de Dachau, Treblinka o Mathausen para mí.

Al cumplir los dieciocho tuvieron el detalle de pagarme el carnet de conducir, cosa que, por desgracia la posición económica en mi casa no me permitía, y ponerme cómo condición que, mientras estuviera allí trabajando, haría tantas horas cómo fuera necesario y sin pagármelas.

La solución era muy fácil y muy española. Si ellos nos miraban con desprecio, yo les devolví el “favor” y, tras ciscarme en su Fhürer y la madre que lo parió, las mandé al carajo y me largué con viento fresco. A mis dieciocho años no soportaba una mala mirada. Ni ahora tampoco…

Ese día, el señor Borrell padre, que andaba por allí cobrando comisiones de todos los despachos de exportación que se hacían me dijo a escondidas ¡¡ben fet, noi!! ( bien hecho, chico).

 

Algunos años después, tras regresar de la “mili” y ya en plena democracia me encontré al tal Borrell padre en el Corte Inglés, jubilado y paseando su palmito por los almacenes. Me contó que militaba en Convergencia Democrática…Supongo que su experiencia cómo comisionista de adunas le había inspirada bien a la hora de escoger según qué cosas.

Para finalizar comento por qué he escrito esta parrafada de mis juveniles años.

 

Esta tarde, mientras por razones de unas localizaciones profesionales andaba por las calles de aquellos barrios en lo que me crié, he visto niños y niñas jugando a pelota, con patinetes ( sí, han regresado) peleando en las calles, e. incluso en mi ancestral Poble Sec, un grupo de chavales de unos doce años se entretenían tirando algo parecido a dardos en una añeja puerta de madera cerrada.

Por desgracia, viendo jugar a todos aquellos niños y chavales por aquellas calles, dejando claro que, la mayoría eran de origen inmigrante, he pensado que, la atractiva Mónika, a la que para mi juvenil frustración no llegué jamás a “conocer” bíblicamente hablando (otra cosa fue en sueños eróticos) tenía mucha, pero mucha razón

No me gusta actualmente ver a los niños y chavales jugando por las calles. Cuando he recorrido profesionalmente muchos países de cuatro continentes, sólo he visto a los chavales y niños jugar en las calles en los países tercermunditas.

Por desgracia ahora veo que, dejando ideas política aparte, que los nazis me dan asco, las similitudes entre fray Mónika y yo, no eran, en este caso concreto, solamente de tipo capilar y oftalcrómicos.

Las bibliotecas son, para mí, señal de cultura; los niños y chavales jugando por las calles, pues…

 

Todas las opiniones son respetables, pero mal veo el país y, los cangrejos me gustan en la sopa. Aunque siempre caminen hacia atrás…

 

Carpe Diem

www.miguelaracil.com

 

El autor

Periodista y escritor, mis pasos me han llevado a moverme por el mundo del misterio y de todo lo que tiene dos explicaciones: la ortodoxa y la heterodoxa