El hombre más duro que he conocido, y que fue el modelo que siempre he intentado imitar sin conseguirlo, sólo lo vi llorar dos veces en los 25 años que tuve la suerte y el honor de vivir con él.
Tenía un físico, corporal y facial que lo hacía extraordinariamente parecido a uno de los más famosos “ duros “ del Séptimo Arte, el camorrista en la vida real y cantante además de actor Róbert Mitchum; incluso con la nariz algo torcida por practicar el boxeo ( hice “ guantes” con él muchas veces) y ese “pirrili” o bucle de pelo rebelde que le caía en la frente
La primera vez que lo vi llorar fue cuando murió su mejor amigo, Enric. Me costó asumir que llorara.
La segunda tan siquiera supo que lo había visto llorar.
Recuerdo que fue un 6 de mayo de 1979, el día de mi cumpleaños.
Caminaba yo sin hacer ruido para no despertar a una mujer que había sido intervenida de la vista. Ya que, meses antes había perdido totalmente la vista del ojo derecho, y del izquierdo siempre había visto muy poco. Era el tétrico ( al menos entonces) servicio de cirugía ocular de Hospital de Sant Pau de Barcelona.
La enfermera, al verme llegar, ya me había dicho que la operación había ido mal y que se debería intertar otras intervenciones para que recuperara parte de la visión.
La enferma dormía por la anestesia y, el hombre “duro” le cogía la mano y lloraba sentado en la única silla de la aséptica habitación.
Supongo que el fracaso de aquella operación en la mujer a la que amaba y el saber cómo sabía, que a él le quedaban pocos meses de vida debido a una puta enfermedad lo obligó a soltar aquellas lágrimas.
Silenciosamente di media vuelta, me metí en un pequeño jardín del modernista recinto y lloré durante muchos minutos… No recuerdo cuántos.
Ese día asumí que se podía ser muy “duro” pero que los “duros” (sean hombre o mujer, que de todo hay) también lloran.
Desde aquella triste mañana han trascurrido 35 años y he conocido a mucho “duro” y también a mucho “ pseudoduro” con más boca que redaños ( léase pelotas).
He visto algún “matacinco” de casi dos metros acojonarse (perdón por la coloquial expresión) ante un “ menudillo” de apenas metros y medio, pero con más redaños que el famoso caballo de Espartero.
He visto a mucho “perdona vidas” que ante una situación difícil se ha desmoronado cómo un castillo de naipes.
Pienso, de hecho estoy convencido que, con los animales sucede lo mismo.
Mis actuales “hijos de cuatro patas”, Vlad y Puma son el yin y el yang.
Puma, con sus ocho kilos es un “duro” chulesco que siempre quiere hacer lo que él quiere¡¡¡lógico, es un gato!!!
Vlad en cambio es una maravilla que todo el día está haciendo caricias y pidiendo que se las hagan. De hecho hace años que le concedí “patente de corso” para hacer lo que quisiera, y de aquí que se crea que es el rey de la casa…¡¡¡que realmente lo es!!.
Vlad, zalamero y más bien feucho; Puma, guaperas y “duro” casi siempre.
Ambos, hermanos que adoptamos con dos semanas, fueron criados por mi anterior “hijo de cuatro patas” Miki, que ese día había perdido a su hermano, Donald, mi pasión durante once años. Un gato al que adoraba y que sólo Vlad, mi Vlad ha podido superarlo.
Cada noche, aunque soy ateo, mando un beso a quienes he adorado y se han marchado para siempre. Seis besos cada noche mando al Cielo esperando, aunque sé que es pura Ciencia Ficción, que les lleguen a quienes van dirigidos.
Hoy, rebuscando entre unos viejos archivos han aparecido los dos collares que llevaban mis anterior “hijos peludos” Miki y Donald. No sabía que estaban allí guardados.
Se los quitamos cuando murieron.
Los he cogido en las manos, los he besado ( mientras mi esposa lloraba) y he hecho sonar sus pequeños cascabeles.
Sólo sonaba el de Miki que fue el “faro” y guía que Vlad y Puma siguieron desde que llegaron a casa, pues Miki fue su padre, su madre, su maestro, su amigo hasta que murió.
Vlad se ha puesto a jugar con ellos, pero Puma, el “duro”, el “perdonavidas” lo ha olido y ha quedado triste y cabizbajo en un rincón.
Ese “gatazo” de más de ocho kg y que es el “duro” de la casa, al escuchar el cascabel de quien tanto aprendió y al quie adoraba ha quedado hecho un “blando” y es que, hasta los más duros lloran o demuestran tristeza.
Lo malo no son los “duros” que alguna vez lloran, si no los “normales” que jamás lo hacen. Ya que, o bien no tienen sentimientos o sencillamente se trata de verdaderos psicópatas.
Y esto vale igual para hombres que para mujeres; que, de mujeres “ duras” cómo la piedra picada he conocido más que de “duros” con testosterona…Yde “pseudoduros” y “matacinco” que se arrugan a la mínima todavía más
A mi edad tengo asumido que no se es menos “duro” por llorar en ocasiones, pero sí más peligroso aquel que jamás llora…o al menos presume de ello.
Me da miedo ver que cada vez sienta menos pena por muchas cosas, lo reconozco.
En algunas ocasiones me pregunto si quizá me estoy convirtiendo en un psicópata o un sociópata. Por suerte, en algunas ocasiones, viendo algunas fotos o recordando ciertos sucesos, tengo que meter la mano en el bolsillo y, con disimulo utilizar el pañuelo pues los ojos se me humedecen ¿será el viento? Posiblemente no…Creo que todavía tengo sentimientos por mucho que vaya de “borde” por la vida…