Guía mágica de la Costa Brava ( adelanto de un espermatozoide de libro)

GUIA MAGICA DE LA COSTA BRAVA

 

 

 

 

Dedicatoria:

 

In memoriam:

   A mis padres Miguel y Aurora, que me enseñaron, principalmente mi madre, a estimar la Costa Brava en lo que se merece.

 

Y también

 

A mi esposa Gemma, que ha recorrido a mi lado muchísimos kilómetros de los fondos marinos de esta maravillosa costa.

 

A mi hija Elisabet, que creció y se hizo mujer en Port de la Selva, arrullada por las aguas azules de la Costa Brava y de la que es la más ferviente defensora.

 

 

 

Confesiones íntimas a modo de introducción:

 

La tieta María, era aquella tía rica que todos tenemos o en alguna ocasión, hemos dicho tener,( en mi caso era mi tía-abuela) y era entre otras cosas, propietaria de una inmensa casa en Palamós, a muy pocos metros del azul Mediterráneo, y aquel acogedor caserón, decorado con redes marineras a modo de grandes cortinas, era lugar de veraneo de diferentes miembros de mi familia, gente ayer de la burguesía catalana, y en aquel momento sin un “duro” en el bolsillo, “gracias” a un patriarca calavera, golfo y jugador, que se había dilapidado una más que apreciable fortuna en las mesas de juego y en los lechos de las más distinguidas golfas del Paralelo barcelonés…

En las azules aguas de la Fosca, mi padre me inició en lo que después sería una de mis actividades preferidas y casi obsesionantes: el buceo, y mi madre, me enseñó a estimar la Costa Brava en lo que vale.

Tiempo después, tras la muerte de mi abuelo y seguidamente de la tieta María, de la que en verdad, casi no recuerdo ni su cara, el “chollo” palamosino se acabó, y nuestra más que delicada situación económica nos obligó a cambiar la bien pertrechada casa ampurdanesa y la Costa Brava, por una tienda “chalet” en un camping de segunda categoría en las cercanías de Tarragona, en plena Costa Dorada. El cambio fue hasta cierto punto brutal, pues en aquel campamento turístico, todo era diferente; los hombres se dedicaban al noble arte de criticar al dictador, que por aquellos tiempos estaba en plena labor de prohibirnos todo lo que le apeteciera, y las también “culturales” tareas de jugar a la petanca y leer el Marca y el As, pues a fuer de ser sincero, jamás ví a ninguno de aquellos caballeros, con un verdadero libro en las manos. Las mujeres jugaban a las cartas, se criticaban entre éllas, y cuidaban de su prole. Mi única salida o catarsis si así lo preferimos, era el buceo en las tres largas y delgadas líneas de roca que habían frente al camping, donde abundaban increiblemente los restos arqueológicos, y la “caza” de “guiris” libertinas, por no decir golfas de remate, principalmente francesas, a las que intentaban llevar por las noches a las dunas de arena, intentando vengar el decimonónico y humillante Dos de Mayo, y de paso demostrar la por aquellos tiempos tan llevada “fogosidad española”

Ya mayor y cuando mi propia economía me lo permitió, decidí de acuerdo con mi esposa, en aquellos  momentos embarazada, volver de nuevo a aquella Costa Brava que tanto añoraba, y me instalé en el bello y recoleto pueblo de Port de la Selva, a los piés del misterioso y mágico monasterio de Sant Pere de Roda. En este lugar del Mediterráneo he escrito parte de mis treinta y tantos libros, y he visto con gozo, como mi hija, Elisabet, crecía y se hacía mujer arrullada por las aguas azules y el muchas veces crispante viento del norte: la Tramontana, de la cual se dice que afecta en ocasiones las mentes de quien la sufre constantemente, cosa de la que doy testimonio de que es verdad.

Hace unos meses y tras una mañana de buceo en las preciosas aguas del Mar Rojo, mi mente, todavía impresionada por las maravillosas vistas marinas de los arrecifes coralinos de aquella zona, relacionó, todavía no sé por qué razón, Shem el Sheik, donde me encontraba, con la Costa Brava y más concretamente el Cap de Creus, y la verdad me dije, me quedaba con mis penyasegats ampurdaneses. En aquel momento decidí escribir, como pequeño y humile homenaje a “mi” Costa Brava, una pequeña “Guía mágica” en la que se recogieran aspectos insólitos y misteriosos de aquellos pueblos que unidos entre sí por una misma “denominación”, al igual que los buenos vinos, forman el enclave más turístico y visitado de toda España.

Vaya este pequeño homenaje a todo lo que para bien y para mal, que también lo hay, forman esa maravilla turística mundialmente conocida, que según la vox pópulis, se llama Costa Brava por “culpa” de un artículo publicado por el poeta, escritor y político Ferrán Agulló en el ya desaparecido “Diario de Comercio”, allá por la última década del siglo XIX, en la que utilizó el adjetivo “brava” para designar la costa gerundense. Citaremos que otros personajes la quisieron definir y denominar de otras formas y maneras, y así el pintor y acuarelista Joan Laverías, la denominó “Costa del Coral” y Marc Chagall quiso bautizarla como “Paraiso Azul”. Afortunadamente, prevaleció el sentido publicitario de Agulló, y hoy en prácticamente todo el mundo conoce este sector marítimo catalán, con el universal nombre de COSTA BRAVA.

 

El autor

Periodista y escritor, mis pasos me han llevado a moverme por el mundo del misterio y de todo lo que tiene dos explicaciones: la ortodoxa y la heterodoxa