Esa frase tan peligrosa que dice: “Ya sabes que mi casa es tu casa”
Hay fórmulas de cortesía que, en el fondo, son sacos de hipocresía, e, incluso, alguna puede ser peligrosa.
Hará unos 20 años se me metió en la cabeza viajar varias semanas al Amazonas y escribir un libro—además de varios reportajes—sobre el inmenso y en ocasiones misterioso río.
Tras consultar una amplia bibliografía me puse en contacto con un magnifico periodista brasileño con el que mantenía una buena amistad personal desde hacía años. Incluso me prologó algún libro.
El brasileiro me comentó que, si iba a Manaus, me daría la dirección de un colega para que me alojara en su casa y, cuando él viniera a Barcelona se pudiera alojar en la mía.
Le agradecí el tema, pero le dije que yo siempre voy a hoteles, pensiones o si es necesario, y lo he hecho cientos de veces, haría un vivac, pero no me gusta que nadie desconocido venga a mi casa a dormir ni yo ir a casa ajena para lo mismo.
No sé cómo le sentó a mi amigo, bueno, ahora examigo, no por que tuviéramos ningún incidente, más bien creo que como reportero cumple órdenes de su amado jefe, gran comunicador metido cada vez más en política.
Siempre he pensado que la fórmula de cortesía “cuando vengas a—localidad donde vives—ya sabes que mi casa es tu casa para lo que quieras” puede ser un peligro, existiendo como existen personas muy “abiertas“ con lo que es de los demás.
Vivo en un piso que podríamos definir como grande—142 metros cuadrados—, con 6 o 7 habitaciones (depende de cómo se mire), y me encanta que gente a la que considero amigos o amistades –no son lo mismo en mi organigrama social—vengan a comer o cenar si los invito, pero, jamás he invitado a nadie que no fuera muy amigo personal y de muchos años y confianza, a pernoctar en mi casa. De igual forma jamás me quedaría a dormir en casa de otras personas.
Para la gente que es muy social ¿? comprendo que esto sea una declaración de persona poco sociable –que es verdad que cada vez lo soy menos—y que se cierra en sí mismo —depende de con quién—pero tengo claro a mis 69 tacos y muchos países recorridos y mucha experiencia en la espaldas—bastante de ellas malas— que cada uno es hijo de su padre y su madre y te puedes llevar algún disgusto por ser muy “ sociable” y educado, ya que, hay gente que tiene un morro que se lo pisa.
Desde hace años conozco a una persona, afable y supuestamente muy social, pues le gusta saber todo de todos, aunque de él mismo jamás cuenta nada.
Esta persona gusta de hacer amistad al primer momento, y si alguien le dice la famosa frase que da motivo a este escrito, y aunque no se conozcan de nada, sin duda a los pocos días se te puede presentar en casa, seas de la región que seas, peninsular o insular. Para después, y casi siempre, acabar de forma más o menos rápida dicha amistad.
Por mi casa han pasado para comer o cenar bastantes compañeros, amistades y amigos—tengo pocos como tales— tanto del mundo literario, periodístico, como del “mundillo” del misterio por el que me he movido durante cuatro décadas y media, también algunos del mundo uniformado o del “survival” y, casi siempre ha sido un placer pasar unas horas delante de la mesa, hablando y yantando. Tanto me da que sea un escritor famoso, un periodista de postín, un oficial del M.O.E (antiguos “Boinas verdes” o COES), un profesor universitario o alguien que se encuentra en el paro. ¡TANTO ME DA!.
Incluso hace bastantes años decidí organizar cenas en lo que bauticé como “ Spa del Vampiro Cabreado”, un conjunto de terrazas al aire libre—incluso con ducha de fortuna— que todas juntas suman algunos cientos de metros y con una vista nocturna—mar-montaña– más que agradable. En tiempos de pandemia y encierro me monté allí una pista americana para seguir más o menos en forma.
Decenas de veces vinieron a cenar, junto a mi esposa y mi hija, bastantes compañeros, amistades y amigos. Siempre invitados por mi esposa y por mí, bajo la atenta mirada del “ Vampiro Cabreado”, una pesada figura vampírica de forja que tiene más de un siglo con una antigua y tenebrosa luz de color roja.
Tras una serie de pequeños incidentes, dimes y diretes y similares, decidimos mi esposa y yo hará unos dos años cerrar casi al completo—salvo excepciones— dichas cenas-charlas bajo las estrellas y, la verdad, en algún caso quedé realmente descansado—últimamente me sentía un poco “ julai”—, aunque alguno se pudo cabrear.
Invitar a las amistades que aprecias a comer o cenar siempre es motivo de alegría, ya que, sólo invitas a quien aprecias. Otra cosa distintas es eso de “ofrecerles tu casa”, pues puede ser realmente peligroso en el caso de algunos a los que, le das la mano y al poco tiempo te han tomado todo el brazo y hasta el sobaco.
Lo dicho, prefiero ser tachado de ser un poco borde por algunos, que de julai , “primavera” y gilipollas.
A mi edad, cuando el verdadero Camino ya se va terminando, ninguna explicación tengo que dar, y sólo me debo a quien realmente aprecio.
Como dice el refrán, “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”.
Miguel G. Aracil